siembargo.mx – Alejandro Calvillo – 26/10/2024
“Son las mismas corporaciones que se niegan a retirar sus personajes de ficción que tan útiles y efectivos les han sido para atraer a las niñas y los niños”.
¿Quiere saber cuál es la principal causa de enfermedad y muerte? Es la mala alimentación, así de simple. ¿Y cuál sería lógicamente la respuesta que deberíamos dar? Tener una buena alimentación, así de simple.
Pero ya ve usted, cuando se quiere hacer lo que se debe hacer, mejorar la alimentación, empezando por nuestras niñas y niños, surge una oposición bien alimentada y orquestada de las corporaciones globales de la comida chatarra y las bebidas azucaradas. Así lo hemos visto en estas semanas: una campaña contra la decisión de sacar los productos no saludables de las escuelas. No están dispuestas a dejar de vender en las escuelas, donde han obtenido ganancias multimillonarias y donde se les da acceso a la población de niñas y niños del país en una situación en la que se encuentran totalmente cautivos durante varias horas.
Son las mismas corporaciones que se niegan a retirar sus personajes de ficción que tan útiles y efectivos les han sido para atraer a las niñas y los niños a sus productos no saludables, pero sí altamente hiperpalatables. Hay dos elementos claves en el secuestro del paladar de las niñas y los niños desde muy temprana edad. Primero, el poder de la publicidad, que usa múltiples estrategias, entre ellas personajes como el Tigre Toño, que entre los escolares de nuestro país es más reconocido que personajes fundamentales de nuestra historia, como Francisco I. Madero y Emiliano Zapata. Al poder enorme de la publicidad se suma la fórmula hiperpalatable del producto, es decir, su carácter adictivo, logrado a través de altas cantidades de azúcares, sal, grasas o la combinación entre estos ingredientes. La magnitud del impacto de esta combinación entre publicidad depredadora más la fórmula adictiva la podemos reconocer en que esos, los principales ingredientes de los ultraprocesados, los azúcares, el sodio y las grasas, son los principales ingredientes cuyo alto consumo se encuentra entre las principales causas de enfermedad y muerte.
La estrategia bien orquestada y financiada por las corporaciones es encabezada por un grupo de columnistas de finanzas que abiertamente, durante los años, han servido a los intereses de estas corporaciones o que, podría ser el caso, se mantienen todavía en la ideología del libre mercado, donde lo que ocurre es lo mejor que puede ocurrir para todos. Aquellos que se mantienen ciegos ante la destrucción ambiental de estas corporaciones, ante el desastre global en salud que están causando, y ante sus prácticas extractivas: se llevan enormes recursos económicos a sus países de origen o a paraísos fiscales, mientras dejan enfermedad y destrucción ambiental.
La mala alimentación mata a 23 personas cada hora en México. Sin embargo, en la formación de profesionales de la salud en nuestro país, la alimentación, la nutrición, es una materia que o no se imparte, o se imparte de manera superficial y sometida a la vieja práctica del nutricionismo, es decir, un reduccionismo que no ve el alimento en su conjunto, sino que se enfoca en los nutrientes. Menos aún entiende la importancia de la alimentación en su conjunto.
Sin duda, la causa principal de enfermedad y muerte en México está en lo que comemos, en lo que nos llevamos a nuestro cuerpo. Sin embargo, en un mundo dominado por las mercancías y por los intereses corporativos, esta realidad se ha ocultado. Corporaciones como Nestlé, en conjunto con otras de ultraprocesados y con las farmacéuticas, han establecido la narrativa: sus productos ultraprocesados son buenos alimentos, incluso, desde muy temprana edad, sustituyendo la lactancia materna con sus fórmulas lácteas. Y las farmacéuticas ofrecen sus productos para curar y, ahora, para incluso bajar de peso. Han introducido al mercado un medicamento para que usted se pueda inyectar regularmente, de por vida, para mantenerse en línea.
En medio de la sociedad del hiperconsumo y la artificialidad, hemos tardado mucho en reconocer que la mejor manera de enfrentar estas enfermedades y muertes, sean cardiovasculares o diabetes, por ejemplo, es simplemente evitar lo que las ha causado. La evidencia comienza a demostrar que no solamente las enfermedades pueden evitarse con una buena alimentación y dejando los productos ultraprocesados, sino que también una buena alimentación puede ayudar a curar a los que ya sufren de una enfermedad.
La iniciativa “El alimento es Medicina” (Food is Medicine) va reuniendo cada vez más evidencia de la efectividad del tratamiento de enfermedades a través del alimento. Sobre la buena alimentación como la mejor opción de prevención de enfermedades ya no hay discusión. Al mismo tiempo, existe evidencia en sentido contrario: el consumo de productos comestibles ultraprocesados —no hay que llamarlos alimentos, porque no lo son— se asocia con el aumento de una larga lista de enfermedades y con el aumento de la mortalidad.
De esta manera, el Estado mantiene un sistema alimentario a través de sus políticas agrícolas, de sus regulaciones de los mercados y de la publicidad, de la oferta de productos en escuelas, de sus políticas fiscales y de sus programas de asistencia alimentaria. Es un sistema con altísimos costos para el erario público y el bolsillo de las familias, un sistema alimentario con muy graves externalidades: enormes daños en la salud y para la economía del país. Se trata de un sistema que solo beneficia a las grandes corporaciones que sacan del país gran parte de sus ganancias, dejando graves daños en salud y el medio ambiente.
El sistema de salud de México, sin duda, debe enfocarse en la atención, porque gran parte de la población ya está enferma. Sin embargo, el gran reto es impulsar una política que cambie los condicionantes comerciales de la mala alimentación para detener esa fábrica de enfermedad en la que se ha convertido nuestro ambiente alimentario, invadido de comida chatarra y bebidas azucaradas. No hay ni habrá sistema de salud que pueda enfrentar las epidemias de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares si no se recupera la alimentación saludable, si no se lanza una campaña nacional y permanente de alfabetización alimentaria, que valore nuestros alimentos y exponga los daños de los ultraprocesados.
Es urgente que las políticas de salud pública se protejan del conflicto de interés, se deje de hacer lo mismo esperando resultados diferentes y se trabaje de manera intersectorial para garantizar un sistema alimentario saludable y sustentable, como lo establece la nueva Ley de Alimentación Adecuada y Sostenible. Y para ello, hay que proteger a las niñas y los niños de la publicidad de estos productos y garantizar que los alimentos y bebidas en las escuelas sean saludables, estén acordes con una buena alfabetización alimentaria, que es el principio de la salud.
*Nota: El título de esta columna, “Es el alimento, idiota”, es una adaptación de la frase “Es la economía, estúpido”, utilizada durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992. La frase se popularizó y se ha usado para referirse a asuntos que se consideran fundamentales.