EL FINANCIERO – mayo 30, 2024 – Alejandra Spitalier
La modificación genética del maíz obedece a la falsa razón que nos hace creer el modelo neoliberal: podemos ejercer un consumo desmedido frente al uso razonable de los recursos naturales.
La semana pasada compartí algunos efectos negativos del modelo neoliberal; y uno de ellos, me parece, es la controversia sobre el maíz transgénico.
El maíz es un alimento central en la cultura y dieta mexicana. Con un consumo promedio per cápita al año de 196.4 kilogramos de maíz blanco, principalmente en tortillas, este representa el 20.9% del gasto total en alimentos realizado por las familias mexicanas (Sagarpa, 2017).
Por su parte, el maíz transgénico es una variedad genéticamente alterada mediante biología molecular, que hace a la milpa más resistente y —supuestamente— más nutritiva. Así, el maíz modificado sobrevive al glifosato, que es un herbicida de amplio espectro que ataca las malas hierbas del cultivo. Sin embargo, si bien esta modificación genética simplifica la gestión de malezas y aumenta la eficiencia en la agricultura, los datos científicos arrojan que el glifosato afecta el medio ambiente y tiene graves impactos en la salud humana; por ejemplo, la Agencia Internacional de Investigación de Cáncer sostuvo que es probable carcinogénico en humanos.
Es en este contexto, el 13 de febrero de 2023, el presidente López Obrador emitió un Decreto que prohíbe el consumo humano del maíz transgénico, reservando su uso en productos no destinados a la alimentación. Ello, a la par de medidas que buscan alcanzar la suficiencia en el abasto del maíz nativo —de la milpa—, para favorecer la alimentación nutritiva y de calidad de las y los mexicanos.
Esto derivó en una controversia entre Estados Unidos y México, puesto que nuestro vecino país del norte argumentó que la prohibición que impuso el gobierno federal mexicano de adquirir o generar productos de maíz transgénico destinados al consumo alimenticio, menoscaba las disposiciones contenidas en los capítulos 2 y 9 del T-MEC, relacionados con el acceso a mercados, y a medidas sanitarias y fitosanitarias.
Para resolver la discusión, se han llevado a cabo una serie de paneles de expertos independientes, en los cuales se señaló que existe mucha evidencia sobre los graves problemas de salud que puede conllevar el consumo humano del maíz transgénico. Se insistió en que, dado que los mexicanos comen más de 10 veces la cantidad de maíz que se consume en EU, es justificada la preocupación del gobierno mexicano.
Adicionalmente, Estados Unidos no ha logrado derrumbar la evidencia que señala que el maíz transgénico representa un riesgo para la salud, por lo que se estima que la prohibición que México impuso sobre su consumo humano, genuinamente protege la salud, y preserva la diversidad genética y las variedades de maíz nativas de nuestro país.
Es importante recalcar que únicamente se prohibió la importación de maíz transgénico para el consumo humano. Es decir, México continuará importando el producto genéticamente modificado para uso animal e industrial, con lo cual no se violará ningún apartado del T-MEC. Además, la Secretaría de Economía manifestó que el Decreto motivo de la controversia —y la regulación nacional en general— es consistente con los compromisos suscritos en el Tratado y que las medidas impugnadas no generan afectaciones comerciales.
Opino que la modificación genética del maíz obedece a la falsa razón que nos hace creer el modelo neoliberal: podemos ejercer un consumo desmedido frente al uso razonable de los recursos naturales; y al final, si no “alcanza”, utilizaremos tecnología que permita producir más (aunque sea nocivo). Lo anterior es todavía más desafortunado si aceptamos que a quienes se perjudica en mayor medida es a las poblaciones en situación de pobreza, quienes tienen al maíz como eje de su alimentación.
Si aceptamos que el glifosato es, en el menor de los casos, riesgoso para el consumo humano y para el medio ambiente, nuestro punto de encuentro yace en la defensa de la alimentación sana y las tradiciones culturales frente a las presiones del modelo neoliberal que acelera la producción más allá de las verdaderas necesidades humanas.